UN DILEMA DE ESTE TIEMPO: ¿NUEVO CAPITALISMO O SOCIALISMO?

Eliades Acosta Matos[1]

La Habana – Cuba

Kana’an eBulletin – Volume IX – Issue 1755

En los medios estadounidenses se ha acuñado una frase nada inocente para designar a Barack Hussein Obama, el recién electo presidente del país. “La nueva cara”, que es la frase en cuestión, intenta fijar en el imaginario colectivo mundial la etiqueta de este nuevo producto de marketing político, exitoso sin dudas, y que ha demostrado tanta garra como para disparar las ventas en un panorama signado por la crisis, el hastío, la desconfianza, la frustración, el cansancio y la pérdida de liderazgo de la nación más poderosa del planeta.

Pero no se trata solo de conjurar la crisis del modelo imperialista norteamericano, del poder unipolar y del pensamiento único, que emergió avasallador y funesto de entre las ruinas del Muro de Berlín, sino también la crisis del sistema capitalista global. Esta es la tarea titánica que se ha encargado a “la nueva cara”. Para ello dispone de carisma y fulgurante oratoria, juventud y simpatía personal, paciencia, voluntad, inteligencia, y fino sentido del valor de las ideas y lo simbólico, el color de su piel, el prestigio que da mantener amistades peligrosas, como la de Bill Ayres, la leyenda de su madre progresista, sus ancestros africanos, el haber leído a Borges y Cortazar, y el no avergonzarse de ser un intelectual, en una nación de fuertes prejuicios anti-intelectuales. Y por si fuera poco, cuenta además con la simpatía y el apoyo de la mayoría de sus conciudadanos, demostrado en las urnas, y con idéntico sentimiento entre la mayor parte de los estadistas del resto de las naciones.

Durante la campaña, Obama fue reiteradamente reputado como “un hombre de izquierda”. Por ejemplo, un artículo de Clive Crook, publicado en Financial Times el 26 de octubre del 2008, bajo el título de “How Mc Cain lost the centrist vote”, aseguraba que “…el record de votaciones de Obama (como senador) lo ubica decididamente a la izquierda”. Puede que no sea una exageración del periodista, simplemente que olvidó definir a la izquierda de qué. Si el punto de comparación era su oponente, John Mc Cain, sin dudas que la clasificación se justifica. Pero no nos confundamos, lo mismo no podría decirse con respecto a las posiciones y principios tradicionales de la izquierda, muchos menos de la izquierda socialista.

En un editorial de The Economist, publicado el 30 de octubre bajo el título de “It’s Time”, las cosas se formulaban con más claridad. “Estados Unidos debe aprovechar la oportunidad y hacer de Obama el nuevo líder del mundo libre- afirmaba el editorialista partidario del “cambio” sin ruborizarse al usar términos rancios, acuñados durante la Guerra Fría- Si nos proyectamos hasta el 2017, año al que espera llegar en el cargo el nuevo presidente, una combinación de problemas demográficos y el aumento del costo de los principales programas del país, como la Seguridad Social, el Medicare y el Medicaid, llevarán a la nación a la bancarrota. En la arena internacional, la principal tarea será manejar a los poderes emergentes del Oriente, lo cual no significa solo lidiar con el ascenso de la India o China, dirigiéndolos hacia esfuerzos globales conjuntos, como la lucha contra el cambio climático, sino también revender la libertad económica y política a un mundo que rápidamente asocia al capitalismo norteamericano con la bancarrota de Lehman Brothers, y a la justicia norteamericana con la Base Naval de Guantánamo. Se necesitará paciencia, fortaleza, habilidades comerciales para vender estos “productos”, y una estrategia clara.”

En eso, y no en otra cosa, radica el significado profundo de la elección de Barack Obama a la presidencia del país líder del capitalismo mundial, como no tienen empacho en afirmar The Economist: se trata de intentar revender al mundo un producto, como el sistema capitalista, cuyo valor, a ojos vista, está sumamente depreciado, y amenaza con ser sacado del mercado.

Hay señales evidentes de que el capitalismo global está sumamente preocupado por su imagen y su futuro. Estas no se aprecian solo en las crisis económicas y financieras que ya asolan el planeta, sino también en las discusiones teóricas que intentan acompañar la operación de salvamento que Obama encarna. La John Templeton Foundation, por ejemplo, propició un debate entre investigadores, científicos y figuras públicas norteamericanas, difundido luego por el American Entreprise Institute, quienes debían intentar responder a una pregunta con tintes decimonónicos, más cercana al mundo de Adam Smith, David Ricardo y Charles Dickens, que a este nuestro, del Tercer Milenio: ” El libre mercado, ¿erosiona el carácter moral? “.

Para Ayaan Hirsi Ali, una investigadora de AEI de origen sudanés, que se hizo famosa por su campaña contra la influencia islámica en Europa, “…aquellos que reconocen las debilidades humanas, están dispuestos a trabajar con ellas, y quieren incrementar la suma total de felicidad para las personas, el mercado libre unido a la libertad política es el mejor camino a seguir”. Pero otros defensores del capitalismo, alejados de este fundamentalismo del libre mercado, y escarmentados por los datos de la testaruda realidad que Ayaan Hirsi Ali se empeña en desconocer, opina de otra manera.

Irwin Stelzer, del Hudson Institute, un tanque pensante norteamericano nada cercano a las ideas socialistas, ha publicado un ensayo titulado “The New Capitalism”, en cuya portada aparece una máxima digna de figurar en los anales, no precisamente del Hudson Institute, sino del Foro de Sao Paulo: “Han pasado los tiempos en que la locomotora del capitalismo, el mercado libre, actuaba sin interferencia de los estados.” Y por si fuera poco, Stelzer subraya que… “una revolución ha tenido lugar cuando los oponentes del cambio (dentro del capitalismo) han capitulado… Los rasgos del Nuevo Capitalismo se aprecian en:

-La reducción de la disposición de los individuos y los políticos a aceptar los riesgos inherentes al sistema del mercado, tal y como ha sido estructurado y como ha funcionado hasta el presente.

-Un cambio en la percepción de que era negativo poner bajo el control estatal a grandes industrias, como las de la energía, los bancos, las líneas aéreas, etc

-La negativa a continuar aceptando los dictados del libre mercado en cuanto a los impuestos y a cómo distribuir los frutos del crecimiento económico.

-La negativa a aceptar la concepción según la cual los beneficios del sistema de libre mercado, instaurado en el mundo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, eran tan evidentes que había que extenderlos a todo el planeta.

– La insistencia en reconocer que el balance entre eficiencia económica y equidad que ha guiado las políticas públicas, desde 1945 al presente, debe ser variado a favor de la equidad.”

En su discurso en Berlín, el pasado 24 de julio, el entonces senador y candidato presidencial Barack Obama, dijo exactamente lo mismo, con las siguientes palabras:

“Este es el momento de aumentar nuestras riquezas fomentadas por el libre mercado y de distribuirlas más equitativamente. El comercio es la piedra angular del crecimiento y el desarrollo global, pero no debemos sostener ese crecimiento a favor de unos pocos, sino de muchos. Juntos podemos crear un comercio que realmente recompense al trabajo que crea las riquezas, protegiendo a las gentes y al planeta. Es el momento de que el comercio sea libre y justo para todos.”

Como resultado de estas reflexiones y debates alrededor del Nuevo Capitalismo, del “cambio” que encarna Barack Obama como flamante presidente norteamericano, y de las distintas estrategias para propiciar una salida a la crisis terrible que ya comienza a abatirse sobre el sistema, no es osado afirmar que se venir una nueva etapa en la confrontación ideológica, política, simbólica y cultural entre el capitalismo y el socialismo, entre las fuerzas que intentan conservar sus privilegios, aún cuando estén persuadidas de que deberán acometer ciertos cambios cosméticos y derramara ciertos beneficios sobre las mayorías si quieren perdurar, y aquellas que luchan por transformar de raíz un sistema que, haga lo que haga y proclame lo que proclame, no podrá menos que basarse en la apropiación de la plusvalía de muchos por unos pocos, en la explotación del trabajo humano y las desigualdades entre individuos y naciones.

El arrebato con que el sistema capitalista global, sus voceros e ideólogos se han lanzado a rezurcir su más que deteriorada imagen y su golpeada capacidad hegemónica, es la prueba palpable de la vigencia de las ideas socialistas. En tiempos en que el capitalismo gozaba de marea alta, nadie elevó su voz para prometer cambios, nadie habló de la necesidad de regular el libre intercambio, nadie mencionó la urgencia de someter a control estatal empresas e industrias importantes. En medio de la fiebre neoliberal y privatizadora, nadie recordó el cambio climático global, ni la terrible situación de los pueblos del Tercer Mundo.

Estos cantos de sirena no expresan el carácter ni la entereza moral, ni los principios, ni la capacidad renovadora del sistema capitalista mundial, sino el pánico en que se halla sumido en medio de las tormentas presentes y futuras. Si no existiesen argumentos mejores para demostrar la vigencia del socialismo, estos bastaran.

Aferrado a cualquier tabla de salvación en medio de un mar violento y encrespado por la tormenta, el capitalismo global no tendrá escrúpulos en presentarse ahora, oportunistamente, como reivindicador de la justicia social, paladín de las transformaciones y los cambios, vocero de ideas y consignas que en su día, cuando fueron enarboladas por los luchadores socialistas y revolucionarios, le concitaron todo tipo de censuras y represiones. Ya Obama, como en su tiempo lo fue Franklin Delano Roosevelt, empieza a ser sutilmente vinculado a las ideas socialistas, sin que nada justifique semejantes afirmaciones de la propaganda.

Todo lo contrario, se trata de figuras que tuvieron y tienen la clara conciencia de que el verdadero peligro para el capitalismo radica en la ocurrencia de crisis incontroladas que conlleven a salidas revolucionarias y socialistas, y que provoquen que el sistema pierda su capacidad de maniobra y coerción. No es a favor del socialismo, sino enfilado en su contra y para conjurarlo, que el sistema ha promovido, por necesidad, a semejantes políticos, con semejantes discursos y programas.

El caso de América Latina, región inmersa en una época de transformaciones revolucionarias, muchas de ellas de orientación socialista y consecuencias, precisamente, de las trágicas décadas de predominio neoliberal, es la muestra palpable del proceso que aterra a los promotores del “cambio”. En el continente ellos han atisbado lo que podría suceder en otras regiones del planeta de seguir el rumbo enloquecido que llevaba el capitalismo global, y que tocó fondo con la administración del presidente Bush y las políticas neoconservadoras que lo respaldaban.

Pero, más allá de las estrategias diversionistas y las elucubraciones teóricas, lo cierto es que para una parte creciente de la Humanidad, los cambios a implementar han de ser radicales y firmes, deberán tocar la esfera de la producción, tanto como la de la distribución de las riquezas, han de atacar las raíces profundas del mal y no quedarse en sus manifestaciones exteriores. Y ese enfoque, precisamente, es el que los socialistas de todas las épocas han reivindicado, y reivindican, como objetivos de sus luchas. Entonces, parafraseando a Obama en su discurso berlinés, el momento ha llegado.

Cuba socialista está próxima a cumplir su primer medio siglo de Revolución. Sus logros en materia de políticas sociales, educacionales, deportivas, de salud, culturales y científicas; su logro de la justicia social, su solidaridad internacionalista con el resto de los pueblos del mundo, su resistencia exitosa contra la hostilidad imperialista, su negativa a ceder sus principios, aún en medio del derrumbe de la URSS y el campo socialista, su creciente prestigio y reinserción en la economía de la región, simbolizada en su reciente ingreso al Grupo de Río, demuestran la vigencia de la opción socialista, aún para un país pequeño, bloqueado, subdesarrollado y sin grandes recursos naturales.

Se equivocan los hábiles comerciantes de la propaganda capitalista: no es Barack Hussein Obama, el flamante presidente norteamericano, quien encarna “la nueva cara” de estos tiempos, es Cuba socialista y es el socialismo, en si, quienes representan la dirección en que se mueven ya los pueblos del mundo. Y eso, claro está, llena de optimismo a unos y de justas preocupaciones, a otros.

Y no es para menos.

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[1] Eliades Acosta Matos, escritor, historiador y filósofo cubano, trabaja como investigador en el Instituto de Historia de Cuba.